Roberto Hernández Montoya para Fuser News
Hay misterios pertinaces que estoy resignado a no entender nunca. Uno de los más contumaces es por qué cada tanto tiempo Europa se empeña en volverse un infierno.
«A Italia le tocó lo mejor del mundo», dijo Jean-Paul Sartre. Lo mismo se podría decir del resto de Europa. Llevan milenios construyendo belleza y hedonismo. Los placeres más exquisitos, el arte más refinado, la gastronomía más suculenta, los licores más destilados, la poesía de mayor vuelo. Llevan milenios en eso. Pero también llevan los mismos milenios en el empecinamiento de ser infelices, en el marco de ese primor de continente. Inexplicable. Al menos para mí.
He pasado algunos de mis períodos más felices en ese contexto, como estudiante y como visitante esporádico. En la embriaguez de Stendhal. Cuentan que saliendo de la iglesia de la Santa Cruz en Florencia casi que le da un soponcio estético. Se llama Síndrome de Stendhal. Me pasó en el camino hacia el Belvedere de Florencia. Dije al ver el Domo desde lo alto que allí se podría componer la Quinta Sinfonía de Chaikovski. Unos pasos más y nos topamos con una placa que decía que en esa casita había vivido Chaikovski y había compuesto allí tales y cuales obras, entre ellas la sinfonía.
Nos abrazamos, nos tomamos fotos… Síndromes de Stendhal. ¿Por qué entonces ese empeño en arruinar aquello. ¿Por qué no arrellanarse a gozar? ¿Por qué Mussolini, por qué Hitler? Síndrome de Stendhal al revés, supongo. Nunca he estado en Viena pero contemplando fotos me pregunto cómo ese contexto pudo engendrar a Hitler. Por eso mismo, me explicó Alfredo Chacón, esa belleza le engendró resentimiento y odio, tal vez porque no pudo alcanzar el arte al que aspiraba. Viena lo rechazó y se dedicó a destruir aquel recinto. Ese odio es prueba de esa belleza. Algo así debe haberle pasado a Mussolini con esas sobredosis de arte italiano. Sospecho de El nacimiento de Venus de Boticelli.
Así y todo no quisiera vivir allí para siempre y en estas palabras intento exponer mis razones. No hace falta ser chauvinista para preferir a Venezuela. Pero ese no es el tema de este artículo.
Neonazi ucraniano – Pravy Séktor – Tarás Bobánich
El tema es cómo una vez más la Europa de hoy está obcecada en volverse de nuevo en un averno de matanza y penuria, al borde de un cataclismo nuclear. O sea, la peor crisis de la humanidad y no la percibimos.
Inventaron el socialismo y no se lo aplican. Inventaron el nazifascismo y sí se lo aplican. Ya lo hicieron hace 80 años y lo están viviendo de nuevo. La convulsión ucraniana es producto de esa contumacia, aplicándose crueldades que solo mentes infames que emulan la del nazi Stepán Bandera son capaces de concebir. Es de una perversidad impecable e implacable. Y lo más perverso es que lo encubren invirtiendo su efecto haciendo creer que la víctima es el victimario, en una operación de propaganda de guerra que se propone reclutarnos como cómplices de esa endemoniada enajenación.
Eso para Venezuela es déjà vu. En estas dos décadas hemos vivido y derrotado una anticipación de todo eso. Hemos sido un laboratorio en que han experimentado todo lo que luego aplican al mundo. Por eso no causan extrañeza los laboratorios de armas biológicas promovidos por el crápula hijo de Biden. Es lo mismo. Raro que en Venezuela no han instalado esos laboratorios. O sí. No solo han desarrollado una potencia de cocaína aquí al lado en la Colombia que fundó Bolívar sino que lo han exportado en forma de TANCol y bandas criminales como la del Koki y El Conejo. Aquí en el territorio que también forjó Bolívar.
Por eso no es mala idea revisar nuestra historia reciente para comprender lo que está pasando en el mundo.
