Roberto Hernández Montoya para Fuser News
La caída de este Imperio no solo va más veloz que lo previsto sino que, según todo lo que se puede prever, será irreversible. Empezando porque ningún imperio se ha recuperado después de su derrumbe. Solo quedan residuos, vestigios, rastros, escombros, reliquias pero sin la hegemonía que los articulaba durante su vigencia.
El planeta está repleto de yacimientos arqueológicos de imperios, con sus columnas dóricas caídas y sus hazañas matemáticas, navales, textiles, poéticas. Pero se desestructuraron lenta o aceleradamente hasta no saber qué pasó con los mayas, por qué se desmoronó el imperio que elaboró, entre otros prodigios, un calendario portentoso.
Nunca imaginé que vería los prodigios que estoy presenciando. Seré breve: Internet. Y la caída del imperio más poderoso de la historia. En Venezuela tenemos experiencia derribando imperios. Ya nos cargamos a uno con Bolívar a la cabeza, así que por libros y calles sabemos de qué va. Es un saber difuso, vigoroso y colectivo que afloró durante el Caracazo y el 13 de abril de 2002. El que sabe, sabe.
Esta debacle va tan rápido que me da miedo creerla. Ya no hay imperios como los de antes, que tardaron siglos en sucumbir en una lenta agonía helenística, bizantina, maya. No como este que se derrumba casi que sin avisar. Con dos presidentes que van del majareta Trump al mequetrefe Biden. Trasuntos de Calígula y Nerón. Para no hablar de los presidentes anteriores. Deplorables, para usar un adjetivo caro a Hillary. Esos presidentes no mandan, ya sé, pero es sintomático que sea eso lo que destacan como lo mejorcito que tienen.
La guerra improvisada
Hay en Ucrania una guerra imperial improvisada, hecha a trompicones, sin planificación estratégica, una drôle de guerre, y «sanciones» económicas autodestructivas, que dañan más a quien sanciona que a quien sancionan, que más bien se fortalece y enriquece. No puede ser que no se están dando cuenta del naufragio. Claro, también está que la soberbia embrutece. Y por tanto enceguece. Tal para cual sus ancestros nazis tampoco podían entender que los «subhumanos» de la Unión Soviética les estaban ganando la guerra y cargándose el Reich que iba a durar mil años.
Hitler vino a percatarse de que la estaba perdiendo solo horas antes del suicidio. Berlín era un amasijo de escombros desde hacía meses, pero se negaban a admitir esa y otras evidencias. Se ilusionaban con quimeras patéticas como unas fulanas «armas milagrosas», el Volkssturm (milicia popular improvisada inmolada de ancianos y niños sin entrenamiento ni armas), la ruptura entre Europa-EUA vs. la Unión Soviética, la muerte del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt en esos últimos días…
Se aferraban a estas y otras alucinaciones que les permitían seguir respirando hasta quedar como zombis dando tumbos entre edificios demolidos, en un silencio aturdido, sin apenas entender a día de hoy qué fue lo que les pasó, con un sentimiento de culpa y una agonía revanchista neonazi, que ha reavivado su llama con el apoyo inesperado de un presidente ucraniano judío y el Estado de Israel, amén de un chiflado candidato a la presidencia de Colombia, que admira al «pensador» Hitler. El nazismo es un cadáver que goza de buena salud.
Suicidio imperial con entusiasmo
No solo se desploma el flanco yanqui del imperio sino que el europeo involuciona con impaciencia suicida. Caso insólito de suicidio con entusiasmo. Te dejo la calificación del desempeño de Boris Johnson. Gracias. No perdamos tiempo con Draghi, Macron y Sánchez. No sé cómo hará la historiografía futura con semejantes chayotas para llenar las páginas. Algo que deploro del escenario mundial actual es el bajísimo nivel intelectual que predomina entre las elites occidentales. Parte de esa estolidez consiste en no admitir que el pueblo venezolano actual es uno de los más lúcidos del mundo. Por eso les va como les va.
Hay sinopsis perturbadoras de esa memez, como la de Ursula von der Layen, la presidenta de la Comisión Europea. Resumo: La UE se ve obligada a comprar petróleo ruso para que Putin no lo venda en otros mercados y gane aún más. A ese punto de abyección lógica conduce la prosternación moral ignominiosa e incondicional de Europa ante Biden. A tal punto de que está dispuesta a la inmolación nuclear por una sonrisa complacida de ese venerable señor. La apoteosis de la degradación humana: que la especie se extinga para que la industria armamentista se gane un puñado de dólares y el Imperio Yanqui dure unos días más.
